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UN RELATO NO CONTANDO EN VIDALIA

Mi abuelo Dream gozaba de gran respeto entre todos los refugiados, pero era también visto por algunos como un viejo loco y soñador. Solía contarnos algunos relatos de supuestos hechos y acontecimientos ocurridos en los tiempos de sus mocedades con el único fin atrapar nuestra atención, aunque acepto yo que de niño, me apasionaban sus historias y en muchos de sus relatos, lograba darle yo el beneficio de la duda, porque por más inverosímiles que estos parecían, me abordaba la vaga idea de que el viejo decía la verdad por la firmeza de su convicción.
Siempre me gustó escuchar relatos de Mar sin fin pero aun así, me parecía inconcebible imaginarme el océano como me lo contaba en sus historias, porque imaginar una casi infinita extensión de agua de grandes proporciones e inalcanzables profundidades era algo descabellado y siempre atribuí esta fantasía como una de las tantas alucinaciones del viejo dream, porque el agua es escasa y una lata oxidada llena de este preciado líquido era repartida en cantidades limitadas.
Que amplia era la imaginación de mi abuelo dream, porque en muchos de sus relatos, mencionaba al horizonte de starglade y al preguntarle yo que era esto, él me contestó muchas veces que el horizonte de starglade era algo lejano, era aquello imposible de alcanzar y lo único que podías ver de él, era hasta donde te pudiera llegar la vista. El horizonte estaba cargado de infinitos celajes en el cielo, en donde podías ver y apreciar al mundo en toda su extensión. Este concepto me era difícil de imaginar, porque el único "horizonte" que teníamos, lo componía el limitado perímetro del alto y largo muro que rodea a la ciudad. Era imposible ver más allá. Según mi abuelo, algo increíble se extendía al otro lado de esa inquebrantable fortaleza.
Recuerdo cuando al tener 15 años, nos enseñaba junto a mis hermanos Aleps, kurt, y angeluz algunas cifras matemáticas y fue todo un lio para el viejo dream explicarnos la equivalencia del millón, usando pequeñas rocas y granos de arena para ilustrarnos gráficamente que una unidad equivalía a una roca y un puñado de arena, era igual a un número superior compuesta de varias unidades.
Según lo relatado por mi abuelo, es que hace mucho tiempo, mucho antes de la construcción de la ciudad, el mundo estaba habitado por varios millones de criaturas y que estos eran libres, podían volar por los cielos en grandes pájaros llamados gran fénix, corrían por la tierra en diversas monturas y de igual manera, podía viajar sobre el océano en grandes barcos que viajaban a los diferentes países del mundo de vidalia.
Toda las criaturas y seres vivos  vivía civilizadamente en grandes ciudades, hasta que el mismo hombre pretendió retar a Ayanokoji  creando vanos simulacros a su imagen y semejanza y fue ahí cuando se desató la guerra...
Muchas personas y criaturas murieron de formas grotescas por esas cosas desconocidas y por el mismo daño que las estrellas fabricadas por el hombre causaban.
Seguramente, esta sea la razón por la que no se nos permite la salida durante las horas nocturnas.
Dice mi abuelo que en aquellos días, los hombres poderosos soltaron sus pájaros de hierro para luego arrojar estrellas que tenían la misma luminosidad del sol y con el poder suficiente para arrasar con ciudades enteras, dejando muy pocas personas en el mundo, la cuales se confinaron desesperadamente en pequeñas ciudades semi subterráneas protegidas por altos muros de hormigón y metal para resistir a una maldita guerra que nunca terminó porque la maldita codicia y el egoísmo de algunos poderosos, impedían el génesis de una nueva civilización...
Eran muchas cosas que me resultaban difícil de comprender, porque desde que nací, siempre estuve viviendo los miedos de esa guerra interminable y no podía aceptar por consuelo los delirios del viejo soñador.
Todo tiene un límite, hasta la más firme paciencia y una noche, logre escaparme del campamento y evadir los controles de seguridad con el fin de alcanzar la cima de aquellos malditos 200 metros de concreto y metal que me separaban de la incierta realidad albergada más allá del muro.
Al llegar a la cima, lo primero que hice, fue buscar algún escondite para evitar los disparos de los vigías que rara vez rondaban por las barandillas del muro y pude encontrar el escondite perfecto al lado de una gran pila de cajas de munición de una enorme y oxidada ametralladora calibre 50. Dormí durante las siguientes horas...
Un rayo de luz penetró suavemente en una de las endijas de aquella gran pila de cajas de municiones, despertándome estrepitosamente y poco a poco, así conforme se iban abriendo mis ojos, se abría también la sorpresa o mejor dicho la más grande de las decepciones...
La guerra hacia mucho había terminado.
¡Hay algo cierto! El horizonte es aquello hasta donde te puede llegar la vista, pero no es tan colorido como en los cuentos del abuelo, sino es un infierno, un desierto, un mundo de miseria impregnado de un putrefacto gris y marrón oscuro, en cuyos confines se extienden y yacen los restos oxidados de millones de robots de aquella infinita y maldita guerra que "nunca terminó".

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